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¡¡¡ Aqui encontraras libros de autores de tendencia hacia una poesia oscura !!!

Edgar Allan Poe I

LOS ESPÍRITUS DE LA MUERTE

I
Tu alma, con sus sombríos pensamientos,
Se hallará sola en la siniestra tumba.
Nadie querrá saber lo que en secreto
Tu corazón y tu conciencia ocultan.

II

Sé silencioso en soledad tan grande,
Que no es tal soledad, pues te circundaban,
Los espíritus todos de la muerte,
Que ya en vida rondaban en tu busca.
Ellos querrán ensombrecerte el alma
Con sus negros arcanos y sus dudas.
Sé silencioso en soledad tan grande;
Cierra los labios cual la misma tumba,

III

Y la noche, aunque clara y luminosa,
Se tornará de pronto en cueva oscura;
Desde sus altos tronos las estrellas
No alumbrarán tu soledad adusta.
Mas sus rojizos globos sin fulgores
Han de ser a tu tedio y a tu angustia
Como incendio voraz, cual una fiebre
de los que la libre no has de verte nunca

IV

No podrás desechar los pensamientos
Ni las visiones que tu mente turban,
Y que antes en tu espíritu dejaban
la huella del rocío en la llanura.

V

La brisa, que de Dios el puro aliento,
Soplará en torno de la helada tumba,
Y en la colina tenderá su velo
La niebla vaporosa y taciturna.
Las tinieblas, las sombras invioladas
Símbolo y prenda son; hablan y auguran.
Sobre las altas copas de los árboles
Tiende el misterio su cerrada túnica.

Publicado por Walter Ramirez.
martes, agosto 02, 2005 a las | 2:41 p. m. |


Edgar Allan Poe II

AL SILENCIO

Hay cualidades, incorpóreos seres
que tienen doble vida y son espejo
de esa entidad gemela que dimana
de materia y de luz, sólido y sombra.

Hay un doble silencio -mar y costa-
cuerpo y alma. Uno mora en sitios solos
con nuevas hierbas; una grave gracia,
algún recuerdo humano, algunas lágrimas,
Quítanle horror, su nombre es "ya no más"
es el silencio corporal: ¡No temas!
Carece del poder de hacer el mal.

Mas, si el hado veloz (¡suerte imprevista!)
te presenta su sombra (elfo su nombre
que vaga en soledades, que no ha hollado
el pie del hombre), encomiéndate a Dios.

Publicado por Walter Ramirez.
lunes, agosto 01, 2005 a las | 2:56 p. m. |


Edgar Allan Poe III

EL VALLE DE LA QUIETUD

Hubo aquí, antaño, un valle callado y sonriente
donde nadie habitaba.
Partiéronse las gentes a la guerra,
dejando a los luceros de ojos dulces,
que velaran, de noche, desde azuladas torres
las flores y en el centro del valle cada día
la roja luz del sol yacía indolente.
Mas ya quién lo visite advertiría
la inquietud de ese valle melancólico.
No hay en él nada quieto
sino el aire que ampara
aquella soledad de maravilla.
¡Ah! Ningún viento mece aquellos árboles
que palpitan al modo de los helados mares
en torno de las Hébricas brumosas.
¡Ah! Ningún viento arrastra aquellas nubes,
que crujen levemente por el cielo intranquilo,
turbadas desde el alba hasta la noche
sobre las violetas que allí yacen,
como ojos humanos de mil suertes,
sobre ondulantes lirios,
que lloran en las tumbas ignoradas.
Ondulan, y de sus fragantes cimas
cae eterno rocío, gota a gota.
Lloran, y por sus tallos delicados,
como aljófar van lágrimas perennes.

Publicado por Walter Ramirez.
a las | 2:49 p. m. |


Edgar Allan Poe IV

LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA

Durante mucho tiempo, la "Muerte Roja" había devastado la comarca. Jamás peste alguna fue tan fatal, tan horrible. Su encarnación era la sangre: el rojo y el horror de la sangre. Se producían dolores agudos, un repentino vértigo, luego los poros rezumaban abundante sangre, y la disolución del ser. Manchas púrpuras en el cuerpo y particularmente en el rostro de la víctima, segregaban a esta de la humanidad y la cerraban a todo socorro y a toda compasión. La invasión, el progreso y el resultado de la enfermedad eran cuestión de media hora.

Pero el príncipe Próspero era feliz, intrépido y sagaz. Cuando sus dominios perdieron la mitad de su población, llamó a un millar de amigos fuertes, vigorosos y alegres de corazón, escogidos entre los caballeros y las damas de su corte, y con ellos formó un refugio recóndito en una de sus abadías fortificadas. Era una construcción vasta y magnífica, creación del propio príncipe, de gusto excéntrico y, no obstante, grandioso. La rodeaba un espeso y elevado muro, y este muro tenía puertas de hierro. Una vez que entraron en ella los cortesanos, se sirvieron de hornillos y de mazas para soldar los cerrojos. Resolvieron atrincherarse contra los súbitos impulsos de la desesperación del exterior y cerrar toda salida a los frenesíes del interior. La abadía fue abastecida ampliamente. Gracias a estas precauciones, los cortesanos podían desafiar al contagio. Que el mundo exterior se las compusiera como pudiese. Entretanto, sería una locura afligirse o meditar. El príncipe había provisto aquella morada de todos los medios de placer. Había bufones, improvisadores, danzarines, músicos, hermosura en todas sus formas, y había también vino. Dentro, había todas estas bellas cosas, y además, seguridad. Fuera, la "Muerte Roja".

Ocurrió hacia el fin del quinto o sexto mes de su retiro, y en tanto que la plaga, afuera, hacía los más terribles estragos, el príncipe Próspero obsequió a sus mil amigos, con un baile de máscaras de la más insólita magnificencia.

¡Qué voluptuoso cuadro el de aquel baile de máscaras! Permítaseme en primer lugar describir las salas donde tuvo lugar. Había siete; una hilera imperial. En muchos palacios, estas series de salones forman largas perspectivas en línea recta cuando los batientes de las puertas se abren de par en par, de tal manera que la mirada penetra hasta el fondo sin obstáculo. Aquí, el caso era muy diferente, tal y como podría esperarse de parte del duque y de su gusto y preferencia por lo bizarre. Las salas se encontraban tan irregularmente dispuestas, que la mirada no podía abarcar sino una sola a la vez. Al cabo de un espacio de veinte o treinta yardas se presentaba un brusco recodo, y en cada una de estas revueltas un aspecto diferente. A derecha e izquierda, en medio de cada pared, una alta y estrecha ventana gótica daba a un corredor cerrado que seguía las sinuosidades del aposento. Cada ventana ostentaba vidrios de colores en armonía con el tono dominante del decorado de la sala sobre la cual se abría. La que ocupaba la extremidad oriental, por ejemplo, estaba decorada en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. La segunda sala estaba decorada y guarnecida de color púrpura, y las vidireras oran asimismo de color púrpura. La tercera, enteramente verde, y verdes las ventanas. La cuarta, anaranjada, estaba iluminada por una ventana del mismo color. Y 1a quinta, blanca; y la sexta, violeta.

La séptima estaba rigurosamente forrada de colgaduras de terciopelo negro, que revestían techo y muros y recaían en pesados pliegues sobre un tapiz de la misma tela y del mismo color. Pero únicamente en esta sala, el color de las ventanas no correspondía al de la decoración. Los cristales eran escarlata, de un color intenso de sangre.

Ahora bien, en ninguna de estas salas veíase lámpara ni candelabro alguno, entre los adornos de oro esparcidos con profusión o suspendidos de los techos. Ni lámparas, ni; velas; ninguna luz de esta clase en la larga serie de salas. Pero, en los corredores que las rodeaban, y exactamente enfrente de cada ventanal, se levantaba un enorme trípode con un ígneo brasero que proyectaba sus rayos al través de los cristales de color e iluminaba la sala de una manera deslumbrante. Producíanse así una multitud de aspectos cambiantes y fantásticos. Pero, en la sala del lado poniente, en la cámara negra, la claridad del brasero, que se reflejaba sobre las negras tapícertas al través de los cristales sangrientos, era terriblemente siniestra, y les daba a las fisonomías de los imprudentes que allí entraban un aspecto de tal modo extraño, que muy pocos bailarines se sentían con el valor suficiente para entrar en aquel mágico recinto.

También en esta sala erguíase, apoyado contra el muro del oeste, un gigantesco reloj de ébano. Su péndulo se balanceaba con un tictac sordo, pesado, monótono; y cuando la aguja de los minutos había recorrido el cuadrante y la hora iba a sonar, salía de los pulmones de bronce de 1a máquina un sonido claro, estrepitoso, profundo y excesivamente musical, pero de un timbre tan particular y de una energía tal, que de hora en hora los músicos de la orquesta se veían obligados a interrumpir durante un instante sus acordes para escuchar la música de las horas, y las parejas que bailaban cesaban por fuerza sus evoluciones. Una perturbación momentánea recorría a toda aquella alegre multitud, y mientras sonaban las campanas podía notarse que palidecían hasta los más vehementes, y los más sensatos y de más edad se pasaban la mano por la frente como si se hundieran en meditaciones o en ensueños febriles. Pero, apenas desaparecían del tcdo aquellbs ecos, circulaba por toda la asamblea una leve hilaridad; los músicos se m iraban los unos a los otros, sonreíanse de sus nervios y de su locura, y se juraban por lo bajo entre ellos que la próxima vez que sonaran las campanadas, no sentirían la misma impresión; y luego, cuando, después de la huida de los sesenta minutos que comprendían los tres mil seiscientos segundos de la hora pasada, se escuchaban de nuevo las campanas del fatal reloj, se producía la misma turbación, el mismo escalofrío y las mismas ensoñaciones febriles.

Pero a despecho de todo esto, la orgía continuaba alegre y magnífica. El gusto del duque era muy especial. Tenía un ojo certero en lo tocante a los colores y sus efectos. Desdeñaba los gustos de la moda. Sus planos eran temerarios y salvajes y sus concepciones brillaban con un esplendor bárbaro. Hay personas que lo hubieran juzgado loco. Pero sus cortesanos sabían bien que no lo estaba; pero era preciso comprenderlo, verlo, tocarlo para estar seguro de que, en efecto, no lo estaba.

Con ocasión de esta gran fiesta, se había ocupado personalmente de la decoración y del mobiliario de las siete salas, y fue su gusto personal el que dirigió el estilo de los disfraces. No cabía duda de que eran concepciones grotescas. Era deslumbrador, brillante; había cosas chocantes, fantásticas; mucho de lo que después se ha visto en Hernani. Había figuras verdaderamente arabescas con siluetas y ropajes incongruentes; fantasías monstruosas como la locura; había mucho de bello, de licencioso, de extraño, algo de terrible y no poco de lo que podría producir repugnancia. En resumen, era como una multitud de sueños que se pavoneaban de un lado a otro por las salas. Y estos sueños se contorsionaban en todos sentidos, tomando el color de las salas; hubiérase dicho que la extraña música de la orquesta era el eco de sus propios pasos.

Y, de tiempo en tiempo, se oye el reloj de ébano de la sala de terciopelo. Y entonces, durante un momento, todo se detiene, todo enmudece, excepto la voz del reloj. Los sueños se quedan helados, paralizados en sus posturas. Mas los ecos de la sonería se desvanecen -no duraron. sino un momento- y, apenas huyen, una hilaridad leve y mal contenida circula por doquier. Y la música suena de nuevo, reavívanse los sueños; aquí y allá los danzarines se retuercen más alegremente que nunca, reflejando el color de las ventanás al través de las cuales fluyen los rayos de los trípodes. Pero ninguna cara osa ahora aventurarse en aquella sala que queda allá, al oeste; porque la noche ha avanzado y una luz más roja fluye al través de los cristales de color de sangre, y la negrura de las colgaduras fúnebres es aterradora; y para aquél que ponga el pie sobre la negra alfombra, brota del reloj de ébano un resonar más pesado, más solemnemente enérgico que el que llega a los oídos de las máscaras que se divierten en las salas más apartadas.

Pero en estas otras salas había una densa multitud y el corazón de la vida latía allí febrilmente. Y la fiesta continuaba siempre su torbellino, cuando al cabo sonaron los tañidos de medianoche en el reloj. Entonces, como ya se dijo, calló la música y se detuvieron las evoluciones de los que bailaban; se produjo donde quiera, como antes, una ansiosa inmovilidad. Pero el tañido del reloj debía ahora componerse de doce campanadas. Por eso fue tal vez que, teniendo más tiempo, se insinuó una mayor cantidad de pensamientos en las meditaciones de los pensativos que se hallaban entre los que se divertían. Y quizás por eso mismo muchas personas de entre la multitud, antes de que se ahogaran en el silencio los úlfimos ecos de la última campanada, tuvieron tiempo de notar la presencia de una máscara que hasta ese momento no habia llamado la atención de nadie. Y habiendo corrido en un susurro la noticia de aqúella intrusión, se suscitó entre la concurrencia un cuchicheo, un murmullo significativo de asombro y desaprobación, y luego, por último, de terror, de horror y de repugnancia.

En una reunión de fantasmas como la que he descrito, era preciso sin duda una aparición del todo extraordinaria para causar tal sensación. La licencia carnavalesca de aquella noche, era, a la verdad, casi ilimitada; pero el personaje en cuestión había sobrepasado la extravagancia de un Herodes, y franqueado los límites -muy amplios, no obstante- del decoro impuesto por el principe. Hay en los corazones más temeraríos, cuerdas que no se dejan tocar sin emoción. Incluso entre los depravados, entre aquellos para quienes la vida y la muerte son igualmente un juego, hay cosas con las que no se puede jugar. Toda la concurrencia pareció entonces sentir profundamente el mal gusto y la inconveniencia de conducta y de vestido de aquel extraño. El personaje era alto y delgado y estaba envuelto en un sudario de la cabeza a los pies. La máscara que ocultaba su rostro representaba tan bien el semblante de un cadáver rígido, que el análisis más núnucioso difícilmente hubiera descubierto el artificio. No obstante, todos aquellos locos alegres hubieran podido soportar, si no aprobar, aquella burda broma. Pero la máscara había llegado hasta a adoptar el tipo de la Muerte Roja. Sus vestiduras estaban manchadas de sangre, y su arnplia frente, lo mismo que los rasgos de su rostro, estaban salpicados del horror escarlata.

Cuando los ojos del príncipe Próspero cayeron sobre esta figura espectral -la que, con movimientos lentos, solemnes, enfáticos, como para mejor representar su papel, se paseaba por aquí y por allá entre los que bailaban-, se le vio, en primer lugar, conmoverse por un violento estremecimiento de terror y de asco; pero un segundo después, su frente enrojeció de ira.

-¿Quién se atreve -preguntó con voz ronca a los cortesanos que se hallaban junto a él-, quién se atreve a insultarnos con esa ironía blasfema? ¡Apoderaos de él y desenmascaradle! ¡Que sepamos a quién hemos de ahorcar en nuestras almenas al salir el sol!.

Era en la sala del este, o sala azul, donde se encontraba el príncipe Próspero cuando pronunció estas palabras. Resonaron fuerte y claramente al través de los siete salones, porque el príncipe era un hombre imperioso y robusto y la música había enmudecido a una señal de su mano.

Era en la sala azul donde estaba el príncipe, con un grupo de pálidos cortesanos a sus lados. Primero, mientras él hablaba, hubo entre el grupo un leve movimiento de avance en dirección del intruso, quien durante un momento estuvo casi al alcance de sus manos, y que ahora, con paso deliberado y majestuoso, se acercaba más y más al príncipe. Pero, por cierto terror indefinible que la audacia insensata de la máscara había inspirado a todos los allí reunidos, no hubo nadie que pusiera la mano en ella, aun cuando, sin encontrar ningún obstáculo, pasó a dos pasos de la persona del príncipe; y en tanto que la inmensa asamblea, como si obedeciera a un solo movimiento, retrocedía del centro de la sala a las paredes, la máscara continuó su camino sin interrupción, con aquel mismo paso solemne y mesurado que la había singularizado desde el principio, de la sala azul a la sala púrpura, de la sala púrpura a la sala verde, de la verde a la anaranjada, de ésta a la blanca, y de la blanca a la violeta, antes de que nadie hiciera un movimiento decisivo para detenerla.

Fue entonces, sin embargo, cuando el príncipe Próspero, exasperado de ira y de vergüenza por su momentánea cobardía, se lanzó precipitadamente al través de las seis salas sin que nadie lo siguiera, porque un terror mortal se había apoderado de todo el mundo. Blandía un puñal y se había aproximado impetuosamente a una distancia de tres o cuatro pasos del fantasma que se batía en retirada, cuando éste, llegado a la proximidad de la sala de los terciopelos, se volvió bruscamente y afrontó a quien lo perseguía. Sonó un grito agudo, y el puñal se deslizó relampagueante sobre, la alfombra fúnebre, donde el príncipe cayó muerto un segundo después.

Entonces, invocando el frenético valor de la desesperación, una multitud de máscaras se precipitó a la vez en la sala negra, y, asiendo al desconocido que se mantenía, como una gran estatua, rígido e inmóvil a la sombra del reloj de ébano, se sintieron sofocados por un terror sin nombre, al ver que no había ninguna forma palpable bajo el sudario y la máscara cadavéricos que habían aferrado con energía tan violenta.

Todos reconocieron entonces la presencia de la Muerte Roja. Había venido como un ladrón en la noche.

Y todos los convidados cayeron uno a uno en las salas de orgia manchadas de sangre y cada uno murió en la postura desesperada de su caída.

Y la vida del reloj de ébano desapareció con la del último de aquellos alegres seres. Y las llamas de los trípodes se extinguieron. Y las Tinieblas, y la Ruina, y la Muerte Roja tuvieron sobre todo aquello ilimatado dominio.

Publicado por Walter Ramirez.
a las | 2:45 p. m. |


Edgar Allan Poe V

EL RETRATO OVAL

El castillo en el cual mi criado se le había ocurrido penetrar a la fuerza en vez de permitirme, malhadadamente herido como estaba, de pasar una noche al ras, era uno de esos edificios mezcla de grandeza y de melancolía que durante tanto tiempo levantaron sus altivas frentes en medio de los apeninos, tanto en la realidad como en la imaginación de Mistress Radcliffe.

Según toda apariencia, el castillo había sido recientemente abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en una de las habitaciones más pequeñas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y sumamente deteriorado. Los muros estaban cubiertos de tapicerías y adornados con numerosos trofeos heráldicos de toda clase, y de ellos pendían un número verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en sendos marcos dorados, de gusto arabesco.


Produjerónme profundo interés, y quizá mi incipiente delirio fue la causa, aquellos cuadros colgados no solamente en las paredes principales, sino también en una porción de rincones
que la arquitectura caprichorsa del castillo hacia inevitable; hice a Pedro cerrar los pesados postigos del salón, pues ya era hora avanzada, enccender un gran candelabro de muchos brazos colocado al lado de mi cabecera, y abrir completamente las cortinas de negro terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quíselo así para poder, al me nos, si no reconciliaba el sueño, distraerme alternativamente entre la contemplación de estas pinturas y la lectura de un pequeño volumen que había encontrado sobre la almohada y que trataba de su crítica y su análisis.

Leí largo tiempo; contemplé las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron, rápidas y silenciosas, y llegó la media noche. La posición del candelabro me molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueño de mi criado, lo coloqué de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.
Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus numerosas bujías dio de pleno en un nicho del salón que una de las columnas del lecho habia hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz un cuadro que hasta entonces no advirtiera.

Era el retrato de una joven ya formada, casi mujer. Lo contemplé rápidamente y cerré los ojos. ¿Por qué? no me lo expliqué al principio; pero, en tanto que mis ojos permanacieron cerrados, analicé rápidamente el motivo que me los hacía cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me había engañado, para calmar y preparar mi espíritu a una contemplasión más fría y más serena. Al cabo de algunos momentos, miré de nuevo el lienzo fijamente.

No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al caer sobre el lienzo, había desvanecido el estupor delirante de que mis sentidos se hallaban poseídos, haciéndome volver repeptinamente a la realidad de la vida. El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. se trataba sencillamente de un retrato de medio cuerpo , todo en este estilo, que se llama, en lenguaje técnico, estilo de viñeta; había en él mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas. Los brazos, el seno y las puntas de sus radiantes cabellos, pendianse en la sombra vaga, pero profunda, que servía de fondo a la imagen. El marco era oval, magnífícamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecución de la obra, ni la excepcional belleza de su fisonomía lo que me impresionó tan repentina y profundamente. No podía creer que mi imaginación, al salir de su delirio, hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva.

Empero, los detalles del dibujo, el estilo de viñeta y el aspecto del marco, no me permitieron dudar ni un solo instante. Abismado en estas reflexiones, permanecí una hora entera con los ojos fijos en el retrato. Aquella inexplicable expresión de realidad y vida que al principio me hiciera estremecer, acabó por subyugarme. Lleno de terror y respeto, volví el candelabro a su primera posición, y habiendo así apartado de mi vista la causa de mi profunda agitación, me apoderé ansiosamente del volumen que contenía la historia y descripción de los cuadros.

Busqué inmediatamente el número correspondiente al que marcaba el retrato oval, y leí la extraña y singular historia siguiente:

"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora amó al pintor y,se desposó con él.

"El tenía un carácter apasionado, estudioso y austero, y había puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarísima belleza, todo luz y sonrisas, con la alegría de un cervatillo, amándolo todo, no odiando más que el arte, que era su rival, no temiendo más que la paleta, los pinceles y demás instrumentos importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresión causó a la dama oir al pintor hablar del deseo de retratarla. Mas era humilde y sumisa, y sentóse pasientemente, durante largas semanas, en la sombria y alta habitación de la torre, donde la luz se filtraba sobre el pálido lienzo solamente por el cielo raso.

"El artista cifraba su gloria en su obra, que avanzaba de hora en hora, de día en día.

"Y era un hombre vehemente, extraño, pensativo y que se perdia en mill ensueños; tanto que no veía que la luz que penetraba tan lúgubremente en esta torre aislada secaba la salud y los encantos de su mujer, que se consumía para todos excepto para él.

"Ella no obstante, sonreía más y más, porque veía que el pintor, que disfrutaba de gran fama, experimentaba un vivo y ardiente placer en su tarea, y trabajaba noche y día para trasladar al lienzo la imagen de la que tanto amaba, la cual de día en día. tornábase más débil y desanimada. Y, en verdad, los que contemplaban el retrato, comentaban en voz baja su semejanza maravillosa, prueba palpable del genio del pintor, y del profundo amor que su modelo le inspiraba. Pero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su término, no se pemilitió a nadie entrar en la torre; Porque el pintor había llegado a.enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no podía ver que los colores que extendía sobre el lienzo borrábanse de las mejillas de la que tenía sentada a su lado. Y cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y no restaba por hacer más que una cosa muy pequeña, sólo dar un toque sobre la boca y otro sobre los ojos, el alma de la dama palpitó aún, como la llama de una lámpara que está próxima a extinguirse. y entonces el pintor dio los toques, y durante un instante quedó en éxtasis ante el trabajo que habia ejecutado; pero un minuto después, estremeciéndose, palideció intensamente herido por el terror, y gritando con voz terrible:

"-¡En verdad esta es la vida misma!- Volvióse bruscamente para mirar a su bien amada, ... ¡estaba muerta!".

Publicado por Walter Ramirez.
a las | 2:00 p. m. |


Arthur Rimbaud I

VOCALES

A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales,
diré algún día vuestros nacimientos latentes:
A, negro corsé velludo de las moscas brillantes
que zumban alrededor de hedores crueles,

golfos de sombra ; E, candor de los vapores y de las tiendas,
lanzas de los glaciares orgullosos, reyes blancos, escalofríos de umbelas;
I, púrpura, sangre escupida, risa de labios bellos
en la cólera o en las borracheras penitentes;

U, ciclos, vibraciones divinas de los mares verdosos,
paz de las dehesas sembradas de animales, paz de las arrugas
que la alquimia imprime en las grandes frentes estudiosas;

O, supremo clarín lleno de estridencias extrañas,
silencios atravesados por mundos y por ángeles:
-O el Omega, ¡rayo violeta de sus ojos!



SENSACIÓN

En las tardes azules de verano, iré por los senderos,
picoteado por los trigos, pisoteando la hierba menuda:
Soñador, sentiré la frescura en mis pies.
Dejaré que el viento bañe mi cabeza desnuda.

No hablaré, no pensaré en nada:
Pero el amor infinito montará en mi alma,
e iré lejos, bien lejos, como un bohemio,
por la naturaleza, –feliz como con una mujer.

(Marzo 1870)

Publicado por Walter Ramirez.
domingo, mayo 15, 2005 a las | 11:44 a. m. |


Arthur Rimbaud II

Cartas del vidente I - II

PRIMERA CARTA:

De Arthur Rimbaud a Georges Izambard

Charleville, [13] mayo 1871

Estimado señor:

Ya está usted otra vez de profesor. Nos debemos a la sociedad, me tiene usted dicho: forma usted parte del cuerpo docente: anda por el buen carril. — También yo me aplico este principio: hago, con todo cinismo, que me mantengan; estoy desenterrando antiguos imbéciles del colegio: les suelto todo lo bobo, sucio, malo, de palabra o de obra, que soy capaz de inventarme: me pagan en cervezas y en vinos. Stat mater dolorosa, dum pendet filius, — Me debo a la Sociedad, eso es cierto; — y soy yo quien tiene razón. Usted también la tiene, hoy por hoy. En el fondo, usted no ve más que poesía subjetiva en este principio suyo: su obstinación en reincorporarse al establo universitario —¡perdón!— así lo demuestra. Pero no por ella dejará de terminar como uno de esos satisfechos que no han hecho nada, porque nada quisieron hacer. Eso sin tener en cuenta que su poesía subjetiva siempre será horriblemente sosa. Un día, así lo espero, — y otros muchos esperan lo mismo —, veré en ese principio suyo la poesía objetiva: ¡la veré más sinceramente de lo que usted sería capaz! Seré un trabajador: tal es la idea que me frena, cuando las cóleras locas me empujan hacia la batalla de París —¡donde, no obstante, tantos trabajadores siguen muriendo mientras yo le escribo a usted! Trabajar ahora, eso nunca jamás; estoy en huelga. Por el momento, lo que hago es encanallarme todo lo posible. ¿Por qué? Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente: ni va usted a comprender nada, ni apenas si yo sabré expresárselo. Ello consiste en alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. Los padecimientos son enormes, pero hay que ser fuerte, que haber nacido poeta, y yo me he dado cuenta de que soy poeta. No es en modo alguno culpa mía. Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. — Perdón por el juego de palabras.

YO es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!

Usted para mí no es Docente. Le regalo esto: ¿puede calificarse de sátira, como usted diría? ¿Puede calificarse de poesía?

Es fantasía, siempre. — Pero, se lo suplico, no subraye ni con lápiz, ni demasiado con el pensamiento.


El corazón atormentado

Mi triste corazón babea en la popa,
Mi corazón está lleno de tabaco de hebra:
Ellos le arrojan chorros de sopa,
Mi triste corazón babea en la popa:
Ante las chirigotas de la tropa
Que suelta una risotada general,
Mi triste corazón babea en la popa,
¡Mi corazón está lleno de tabaco de hierba!
¡Itifálicos y sorcheros
Sus insultos lo han pervertido!
En el gobernalle pintan frescos
Itifálicos y sorcheros.
Oh olas abracadabrantescas,
Tomad mi cuerpo para que se salve:
¡Itifálicos y sorcheros
sus insultos lo han pervertido!
Cuando, al final, se les seque el tabaco,
¿Cómo actuar, oh corazón robado?
Habrá cantilenas báquicas
Cuando, al final, se les seque el tabaco:
Me darán bascas estomacales
Si el triste corazón me lo reprimen:
Cuando, al final, se les seque el tabaco
¿Cómo actuar, oh corazón robado?
No es que esto no quiera decir nada. Contésteme, a casa del
señor Deverrière

A.Rimbaud


SEGUNDA CARTA :

De Arthur Rimbaud a Paul Demeny

Charleville, 15 mayo 1871


He decidido darle a usted una hora de literatura nueva; empiezo a continuación con un salmo de actualidad:


Canto de guerra parisino

La primavera es evidente, porque
Desde el corazón de las Propiedades verdes,
El vuelo de Thiers y de Picard
Mantiene sus esplendores de par en par.
¡Oh Mayo! ¡Qué delirante culos al aire!
¡Sèvres, Meudon, Bagneux, Asnières,
Escuchad, pues, cómo los bienvenidos
Siembran las cosas primaverales!
Llevan chacó, sable y tam-tam,
No la vieja caja de velas
Y yolas que nunca, nunca…
¡Surcan el lago de aguas enrojecidas!
¡Ahora más que nunca nos juerguearemos
Cuando se vengan encima de nuestros cuchitriles
A derrumbarse los amarillos cabujones
En amaneceres muy especiales!
Thiers y Picard son unos Eros,
Conquistadores de heliotropos,
Con petróleo pintan Corots:
Ahí vienen sus tropas abejorreando…
¡Son familiares del Gran Truco!…
¡Y tumbado en los gladiolos, Favre
Hace de su parpadeo acueducto,
Y sus resoplidos a la pimienta!
La gran ciudad tiene las calles calientes,
A pesar de vuestras duchas de petróleo,
y decididamente tenemos que
Sacudiros en vuestro papel.
¡Y los Rurales que se arrellanan
En prolongados acuclillamientos,
Oirán ramitas crujiendo
Entre los rojos arrugamientos!
A. Rimbaud


—Ahí va una prosa sobre el porvenir de la poesía. Toda poesía antigua desemboca en la poesía Griega, Vida

armoniosa. — Desde Grecia hasta el movimiento romántico, — edad media, — hay letrados, versificadores. De Ennio a Turoldus, de Turoldus a Casimir Delavigne, todo es prosa rimada, apoltronamiento y gloria de innumerables generaciones idiotas: Racine es el puro, el fuerte, el grande. — Si alguien le hubiese soplado en las rimas, revuelto los hemistiquios, al Divino Tonto no se le haría más caso hoy que a cualquiera que se

descolgara escribiendo unos Orígenes. — Después de Racine, el juego se pone mohoso. Ha durado dos mil años.

No es broma ni paradoja. La razón me inspira más convencimientos sobre el tema que rabietas se agarra el Jeune-France. Por lo demás, los nuevos son muy libres de abominar de los antepasados: estamos en casa y no nos falta el tiempo. Nunca se ha entendido bien el romanticismo. ¿Quién iba a entenderlo? ¡Los críticos! ¿A los románticos, que tan bien demuestran que la canción es muy pocas veces la obra, es decir: el pensamiento contado y comprendido por quien lo canta? Porque Yo es otro. Si el cobre se despierta convertido en corneta, la culpa no es en modo alguno suya. Algo me resulta evidente: estoy asistiendo al parto de mi propio pensamiento: lo miro, lo escucho: aventuro un roce con el arco: la sinfonía se remueve en las profundidades, o aparece de un salto en escena.

Si los viejos imbéciles hubieran descubierto del yo algo más que su significado falso, ahora no tendríamos que andar barriendo tantos millones de esqueletos que, desde tiempo infinito, han venido acumulando los productos de sus tuertas inteligencias, ¡proclamándose autores de ellos!

En Grecia, he dicho, versos y liras ponen ritmo a la acción.
A partir de ahí, música y rima se tornan juegos, entretenimientos.

El estudio de ese pasado encanta a los curiosos: muchos se complacen en renovar semejantes antigüedades — allá ellos. A la inteligencia universal siempre le han crecido las ideas naturalmente; los hombres recogían en parte aquellos frutos del cerebro; se obraba en consecuencia, se escribían libros: de tal modo iban las cosas, porque el hombre no se trabajaba, no se había despertado aún, o no había alcanzado todavía la plenitud de la gran ilusión. Funcionarios, escribanos: autor, creador, poeta, ¡nunca existió tal hombre!

El primer objeto de estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento, completo; se busca el alma, la inspecciona, la prueba, la aprende. Cuando ya se la sabe, tiene que cultivarla; lo cual parece fácil: en todo cerebro se produce un desarrollo natural; tantos egoístas se proclaman autores; ¡hay otros muchos que se atribuyen su progreso intelectual! — Pero de lo que se trata es de hacer monstruosa el alma: ¡a la manera de los comprachicos, vaya! Imagínese un hombre que se implanta verrugas en la cara y se las cultiva.

Digo que hay que ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para no quedarse sino con sus quintaesencias. Inefable tortura en la que necesita de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, por la que se convierte entre todos en el enfermo grave, el gran criminal, el gran maldito, — ¡y el supremo Sabio! — ¡Porque alcanza lo desconocido! ¡Porque se ha cultivado el alma, ya rica, más que ningún otro! Alcanza lo desconocido y, aunque, enloquecido, acabara perdiendo la inteligencia de sus visiones, ¡no dejaría de haberlas visto! Que reviente saltando hacia cosas inauditas o innombrables: ya vendrán otros horribles trabajadores; empezarán a partir de los horizontes

en que el otro se haya desplomado.

— Continuará dentro de seis minutos —

Intercalo aquí un segundo salmo fuera de texto: préstele usted benévolo oído, — y todo el mundo se quedará encantado. — Tengo el arco en la mano, empiezo:


Mis pequeñas enamoradas

Un hidrolato lagrimal lava
Los cielos de verde col:
Bajo el árbol retoñero que os babea
Los cauchos,
Blancas de lunas especiales
Con los pialatos redondos,
¡Entrechocad las rótulas,
Monicacos míos!
¡Nos amamos en aquella época,
Monicaco azul!
¡Comíamos huevos pasados por agua
Y pamplinas de agua!
Una tarde, me consagraste como poeta,
Monicaco rubio:
Baja aquí, que te dé unos azotes,
en mi regazo;
Vomité tu bandolina,
Monicaco moreno;
Tú me habrías cortado la mandolina
Con el filo de la frente.
¡Puah! Mis salivas resecas,
Monicaco pelirrojo,
¡Todavía te infectan las zanjas
Del pecho redondo!
¡Oh mis pequeñas enamoradas,
os odio tanto!
¡Sujetaos con trapos dolorosos
Las feas tetas!
¡Prestadme los viejos tarros
De sentimiento en conserva!
¡Hale, venga, sed mis bailarinas
Por un momento!…
¡Los omoplatos se os desencajan,
Oh amores míos!
¡Con una estrella en los riñones cojos,
¡Dadles la vuelta a vuestras vueltas!
¡Y pensar que por tales brazuelos de cordero
He escrito rimas!
¡Me gustaría romperos las caderas
Por haber amado!
Soso montón de estrellas fallidas,
Id a llenar los rincones!
— ¡Reventaréis en Dios, albardeadas
De innobles cuidados!
Bajo las lunas particulares
con los pialatos redondos,
¡Entrechocad las rótulas,
Monicacos míos!
A. Rimbaud

Ahí lo tiene. Y tenga usted en cuenta que, si no me lo impidiese el temor de hacerle pagar más de 60 céntimos de porte, — ¡yo, pobre pasmado que hace siete meses que no veo una monedita de bronce! — ¡aún le mandaría mis Amantes de París, cien hexámetros, señor mío, y mi Muerte de París, doscientos hexámetros!

Vuelvo a tomar el hilo: El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen; si lo que trae de allá abajo tiene forma, él da forma; si es informe, lo que da es informe. Hallar una lengua;

— Por lo demás, como toda palabra es idea, ¡vendrá el momento del lenguaje universal! Hay que ser académico, — más muerto que un fósil, — para completar un diccionario, sea del idioma que sea. ¡Hay gente débil que si se pusiera a pensar en la primera letra del alfabeto, acabaría muy pronto por sumirse en la locura!

Este lenguaje será del alma para el alma, resumiéndolo todo, perfumes, sonidos, colores, pensamiento que se aferra al pensamiento y tira de él. Si el poeta definiera qué cantidad de lo desconocido se despierta, en su época, dentro del alma universal, ¡daría algo más — la fórmula de su pensamiento, — la notación de su marcha hacia el Progreso! Enormidad que se convierte en norma, absorbida por todos, ¡el poeta sería en verdad un multiplicador de progreso!

Este porvenir será materialista, ya lo ve usted; — Siempre llenos de Números y de Armonía, estos poemas habrán sido hechos para permanecer. — En el fondo, seguirá siento, en parte, Poesía griega.

El arte eterno tendría sus cometidos, del mismo modo en que los poetas son ciudadanos. La poesía dejará de poner ritmo a la acción; irá por delante de ella. ¡Existirán tales poetas! Cuando se rompa la infinita servidumbre de la mujer, cuando viva por ella y para ella, cuando el hombre, — hasta ahora abominable, — le haya dado la remisión, ¡también ella será poeta! ¡La mujer hará sus hallazgos en lo desconocido! ¿Serán sus mundos de ideas distintos de los nuestros? — Descubrirá cosas extrañas, insondables, repulsivas, deliciosas; nosotros las recogeremos, las comprenderemos. Mientras tanto, pidamos a los poetas lo nuevo, — ideas y formas. Todos los listos estarán dispuestos a creer que ellos ha han dado satisfacción a tal demanda. — ¡No es eso!

Los primeros románticos fueron videntes sin percatarse bien de ello: el cultivo de sus almas se inició en los accidentes: locomotoras abandonadas, pero ardorosas, que durante algún tiempo se acoplan a los carriles. — Lamartine es a veces vidente, pero lo estrangula la forma vieja. — Hugo, demasiado cabezota, sí que tiene mucha visión en los últimos volúmenes:

Los Miserables son un verdadero poema. Tengo Los castigos a mano; Stella da más o menos la medida de la visión de Hugo. Demasiados Belmontet y Lammenais, Jehovás y columnas, viejas enormidades muertas. Musset nos es catorce veces detestable, a nosotros, generaciones dolorosas y presa de visiones, — que nos sentimos insultados por su pereza de ángel. ¡Oh cuentos y proverbios insípidos!

¡Oh noches! ¡Oh Rolla, oh Namouna, oh la Coupe! Todo es francés, es decir: detestable en grado sumo: ¡francés, no parisino! ¡Una obra más del odioso genio que inspiró a Rabelais, a Voltaire, a Jean La Fontaine, comentado por el señor Taine! ¡Primaveral, el espíritu de Musset! ¡Encantador, su amor! ¡Esto sí que es pintura al esmalte, poesía sólida! La poesía francesa se seguirá paladeando durante mucho tiempo, pero en Francia. No hay dependiente de ultramarinos que no sea capaz de descolgarse con un apóstrofe estilo Rolla; no hay seminarista que no lleve sus quinientas rimas en el secreto de su libreta. A los quince años, tales impulsos de pasión ponen a los jóvenes en celo; a los dieciséis empiezan a conformarse con recitarlos con sentimiento; a los dieciocho, incluso a los diecisiete, todo colegial que esté en condiciones hace el Rolla, ¡escribe un Rolla! Incluso puede que quede alguno todavía que pierda la vida en ello. Musset no supo hacer nada: había visiones tras la gasa de las cortinas: él cerró los ojos. Francés, flojo, arrastrado del cafetín al pupitre del colegio, el hermoso cadáver está muerto, y, de ahora en adelante, no nos tomemos siquiera la molestia de despertarlo para nuestras abominaciones.

Los segundos románticos son muy videntes. Th. Gauthier, Leconte de Lisle, Th. de Banville. Pero cómo inspeccionar lo invisible y oír lo inaudito que recuperar el espíritu de las cosas muertas, Baudelaire es el primer vidente, rey de los poetas, un auténtico Dios. Vivió, sin embargo, en un medio demasiado artista; y la forma, que tanto le alaban, es mezquina: las invenciones de lo desconocido requieren de formas nuevas.

— Experimentada en las formas viejas, entre los inocentes, A Renaud, — ha hecho su Rolla; — L. Grandet, — ha hecho su Rolla; — los galos y los Musset, G. Lafenestre, Coran, Cl. Popelin, Soulary, L. Salles; Los escolares, Marc, Aicard, Theuriet; los muertos y los imbéciles, Autran, Barbier, L. Pichat, Lemoyne, los Deschamps, los Dessessarts; los periodistas, L. Claudel, Robert Luzarches, X. de Richard; los fantasistas, C. Méndez; los bohemios; las mujeres; los talentos, Léon Dierx y Sully-Prudhomme, Coppée; — la nueva escuela, llamada parnasiana, tiene dos videntes: Albert Mérat y Paul Verlaine, un verdadero poeta. — Ahí lo tiene. De modo que estoy trabajando en hacerme vidente. — Y terminemos con un canto piadoso.


Acuclillamientos

Bastante tarde, sintiéndose con asco en el estómago,
El hermano Milotus, sin quitar ojo del tragaluz
Desde el cual el sol, claro como un caldero rebruñido,
Le clava una jaqueca y le marea la vista,
Desplaza entre las sábanas su barriga de cura.
Se agita bajo su manta gris
Y baja con las rodillas en la barriga trémula,
Pasmado como un viejo comiéndose su toma
Porque tiene, agarrado del asa un orinal blanco,
Que arremangarse la camisa por encima de los riñones.
Ahora ya está en cuclillas, friolento, con los dedos del pie
Replegados, tiritando al claro sol que contrachapea
Amarillos de bollo en los vidrios de papel;
Y la nariz del hombre, alumbrado de laca,
Husmea en los rayos de sol, como un polipero carnal.

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .

El hombre se cuece a fuego lento, con los brazos retorcidos,
[ con el belfo
Metido en la barriga; siente que se le escurren los muslos en el
[ fuego,
Y que las calzas se le chamuscan, y que la va a diñar;
¡Algo parecido a un pájaro se menea un poquito
En su barriga serena como un montón de mondongo!
En torno a él duerme un batiborrillo de muebles embrutecidos
En andrajos de mugre y sobre panzas sucias;
Hay escabeles, poltronas extrañas, acurrucados
En los rincones negros; aparadores con jeta de chantre
Entreabiertos a un sueño lleno de horribles apetitos.
El asqueroso calor embute la habitación estrecha;
El cerebro del hombre está atiborrado de trapos.
Escucha un crecimiento de pelos en su piel húmeda,
Se descarga, sacudiendo su cojo escabel.
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … .

Y por la noche, bajo los rayos de la luna, que le trazan
Alrededor del culo rebabas de luz,
Una sombra con detalles sigue en cuclillas, contra un fondo
De nieve rosa como una malvarrosa.
Una nariz estrafalaria persigue a Venus por el cielo profundo.
Sería usted execrable si no me contestase: rápidamente. Porque
dentro de ocho días puede que esté en París.
Hasta la vista.

A. Rimbaud

Publicado por Walter Ramirez.
sábado, mayo 14, 2005 a las | 11:45 a. m. |


Arthur Rimbaud III

"Iluminaciones"

DESPUÉS DEL DILUVIO

Tan pronto como la idea del Diluvio se hubo serenado, Una liebre se detuvo entre las esparcetas y las campanillas móviles y dijo su plegaria al arco iris a través de la tela de araña.
¡Oh!, las piedras preciosas que se ocultaban, - las flores que miraban ya.
En la ancha calle sucia se alzaron los tenderetes, y arrastraron las barcas hacia el mar escalonado arriba como en los grabados.
La sangre corrió, en casa de Barba Azul, - en los mataderos, - en los circos, donde el sello de Dios palideció las ventanas. La sangre y la leche corrieron.
Los castores construyeron. Los "mazagranes" humearon en los cafetines.
En la casona de cristales, todavía chorreante, los niños de luto contemplaron las maravillosas imágenes.
Una puerta crujió, - y en la plaza de la aldea, el niño hizo girar sus brazos, comprendido por las veletas y los gallos de los campanarios de todas partes, bajo el resplandeciente aguacero.
Madame *** instaló un piano en los Alpes. La misa y las primeras comuniones se celebraron en los cien mil altares de la catedral.
Partieron las caravanas. Y el Splendide-Hôtel fue edificado en el caos de hielos y noche polar.
Desde entonces, la Luna oyó gimotear a los chacales por los desiertos de tomillo, - y a las églogas en zuecos gruñir en el huerto. Luego, en el oquedal violeta, lleno de brotes, Eucaris me dijo que era la primavera.
- Mana, estanque, - rueda, Espuma, sobre el puente, y por encima de los bosques; - paños negros y órganos, - relámpagos y trueno, - subid y rodad; - Aguas y tristeza, subid y reanimad los Diluvios.
Porque desde que se disiparon, - ¡oh las piedras preciosas enterrándose, y las flores abiertas! - ¡qué aburrimiento!, y la Reina, la Bruja que enciende su brasa en la olla de barro, nunca querrá contarnos lo que ella sabe, y que nosotros ignoramos.

CUENTO

Se sentía vejado un Príncipe por no haberse dedicado nunca más que a la perfección de las generosidades vulgares. Preveía asombrosas revoluciones del amor, y sospechaba en sus mujeres mejores capacidades que esa complacencia adornada de cielo y de lujo. Quería ver la verdad, la hora del deseo y de la satisfacción esenciales. Fuese o no una aberración de piedad, así lo quiso. Poseía cuando menos un poder humano bastante amplio.
Todas las mujeres que le habían conocido fueron asesinadas. ¡Qué saqueo del jardín de la belleza! Bajo el sable, ellas lo bendijeron. No encargó otras nuevas. - Las mujeres reaparecieron.
Mató a cuantos le seguían, después de la caza o las libaciones. - Todos le seguían.
Se divirtió degollando los animales de lujo. Hizo arder los palacios. Se abalanzaba sobre la gente y los descuartizaba. - La muchedumbre, los tejados de oro, los bellos animales seguían existiendo.
¡Cabe extasiarse en la destrucción, rejuvenecer mediante la crueldad! El pueblo no murmuró. Nadie ofreció la ayuda de sus puntos de vista.
Una tarde galopaba altivo. Apareció un Genio, de belleza inefable, inconfesable incluso. ¡De su fisonomía y de su porte destacaba la promesa de un amor múltiple y complejo! ¡De una felicidad indecible, insoportable incluso! El Príncipe y el Genio se aniquilaron probablemente en la salud esencial. ¿Cómo habrían podido no morir por ello? Juntos, pues, murieron.
Pero ese Príncipe falleció, en su palacio, a una edad ordinaria. El Príncipe era el Genio. El Genio era el Príncipe.
La música sabia falta a nuestro deseo.


DESFILE

Solidísimos bribones. Muchos han explotado vuestros mundos. Sin necesidades, y poco dispuestos a poner en práctica sus brillantes talentos y su experiencia de vuestras conciencias. ¡Qué hombres tan maduros! ¡Ojos alelados a la manera de la noche de estío, rojos y negros, tricolores, de acero punteado por estrellas de oro; semblantes deformes, plomizos, lívidos, incendiados; alocadas ronqueras! ¡El paso cruel de los oropeles! - Hay algunos jóvenes, - ¿cómo mirarían a Querubín? - dotados de voces espantosas y de algunos recursos peligrosos. Los envían a pavonearse en la ciudad, ridículamente ataviados de un lujo repugnante.
¡Oh el más violento Paraíso de la mueca rabiosa! Sin comparación con vuestros Faquires y demás bufonadas escénicas. En trajes improvisados con el sabor del mal sueño representan endechas, tragedias de malandrines y de semidioses espirituales como nunca lo han sido la historia o las religiones. Chinos, hotentotes, zíngaros, necios, hienas, Molocs, viejas demencias, demonios siniestros, mezclan giros populares, maternales, con las posturas y las ternuras bestiales. Interpretarían piezas nuevas y canciones para "señoritas". Maestros juglares, transforman el lugar y las personas y emplean la comedia magnética. Llamean los ojos, la sangre canta, los huesos se ensanchan, las lágrimas y unos hilillos rojos chorrean. Su burla o su terror dura un minuto, o meses enteros.
Sólo yo tengo la clave de este desfile salvaje.


ANTIGUO

¡Gracioso hijo de Pan! En derredor de tu frente coronada de florecillas y de bayas tus ojos, bolas preciosas, se mueven. Manchadas de heces pardas, tus mejillas se sumen. Relucen tus colmillos. Tu pecho parece una cítara, circulan tintineos por tus brazos rubios. Tu corazón late en ese vientre donde duerme el doble sexo. Paséate, de noche, moviendo suavemente ese muslo, ese segundo muslo y esa pierna izquierda.


BEING BEAUTEOUS

Ante una nieve un Ser de Belleza de elevada estatura. Silbidos de muerte y círculos de música sorda hacen subir, ensancharse y temblar como un espectro este cuerpo adorado; heridas escarlatas y negras estallan en las carnes magníficas. Los colores propios de la vida se oscurecen, danzan, y se disipan en torno a la Visión, en el taller. Y los escalofríos se levantan y gruñen, y el furioso sabor de estos efectos cargándose de los silbidos mortales y las roncas músicas que el mundo, allá lejos tras nosotros, lanza sobre nuestra madre de belleza, - ella retrocede, se yergue. ¡Oh!, nuestros huesos se han revestido de un nuevo cuerpo amoroso.


***

¡Oh la faz cenicienta, el escudo de crin, los brazos de cristal! ¡El cañón sobre el que debo arrojarme por entre la refriega de los árboles y el aire leve!


VIDAS

I

¡Oh las enormes avenidas del país santo, las terrazas del templo! ¿Qué se ha hecho del brahmán que me explicó los Proverbios? ¡De entonces, de allá lejos, todavía veo incluso a las viejas! Me acuerdo de las horas de plata y sol hacia los ríos, la mano del campo sobre mi hombro, y nuestras caricias de pie en las llanuras de pimienta. - Un revuelo de palomos escarlatas truena alrededor de mi pensamiento. - Exiliado aquí, he tenido una escena donde representar las obras maestras dramáticas de todas las literaturas. Os señalaría las riquezas inauditas. Observo la historia de los tesoros que encontrasteis. ¡Veo la continuación! Mi sabiduría es tan desdeñada como el caos. ¿Qué es mi nada, ante el estupor que os espera?

II

Soy un inventor de muy distinto mérito que cuantos me precedieron; un músico incluso, que ha encontrado algo así como la clave del amor. Ahora, gentilhombre de una campiña áspera en el sobrio cielo, trato de emocionarme con el recuerdo de una infancia mendicante, del aprendizaje o de la llegada en zuecos, de las polémicas, de las cinco o seis viudeces, y de algunas nupcias en las que mi testarudez me impidió estar a tono con mis camaradas. No añoro mi antigua porción de alegría divina: el aire sobrio de esta áspera campiña alimenta muy activamente mi atroz escepticismo. Pero como en adelante ese escepticismo no puede ponerse en práctica, y como además me he entregado a una nueva turbación, - espero llegar a ser un loco muy malvado.

III

En un granero donde fui encerrado a los doce años conocí el mundo, ilustré la comedia humana. En una bodega aprendí la historia. En alguna fiesta nocturna en una ciudad del Norte encontré todas las mujeres de los antiguos pintores. En un viejo pasaje de París me enseñaron las ciencias clásicas. En una magnífica morada cercada por el Oriente entero, realicé mi inmensa obra y pasé mi ilustre retiro. He agitado mi sangre. Mi deber me ha sido condonado. Ni siquiera hay que seguir pensando en eso. Soy realmente de ultratumba, y basta de encargos.


PARTIDA

Visto suficiente. La visión se ha vuelto a encontrar en todos los aires.
Tenido suficiente. Rumores de las ciudades, por la noche, y al sol, y siempre.
Conocido suficiente. Los parones de la vida. - ¡Oh Rumores y Visiones!
¡Partida en el afecto y el ruido nuevos!


REALEZA

Una hermosa mañana, en un pueblo muy amable, un hombre y una mujer soberbios gritaban en la plaza pública. "¡Amigos míos, quiero que sea reina!" "Quiero ser reina". Ella reía y temblaba. Él hablaba a los amigos de revelación, de prueba terminada. Se extasiaban el uno junto el otro.
De hecho fueron reyes toda una mañana en que las colgaduras carmesíes se desplegaron en las casas, y toda la tarde, en que juntos avanzaron hacia los jardines de palmas.


A UNA RAZÓN

Un golpe de tu dedo sobre el tambor descarga todos los sonidos e inicia la nueva armonía.
Un paso tuyo. Y es el alzamiento de los hombres nuevos y su caminar.
Tu cabeza se vuelve: ¡el nuevo amor! Tu cabeza gira, - ¡el nuevo amor!
"Cambia nuestros lotes, criba las plagas, empezando por el tiempo", te cantan esos niños. "Eleva no importa adónde la sustancia de nuestras fortunas y nuestros anhelos", te ruegan.
Llegada desde siempre, tú que irás p or todas partes.


MAÑANA DE EMBRIAGUEZ

¡Oh mi Bien! ¡Oh mi Bello! ¡Charanga atroz en la que ya no tropiezo! ¡Mágico potro de tormento! ¡Hurra por la obra inaudita y por el cuerpo maravilloso, por la primera vez! Empezó bajo las risas de los niños, acabará por ellas. Este veneno ha de permanecer en todas nuestras venas aun cuando, agriada la fanfarria, seamos devueltos a la antigua armonía. ¡Oh, ahora nosotros, tan digno de estas torturas!, recojamos fervientemente esta sobrehumana promesa hecha a nuestro cuerpo y a nuestra alma creados: ¡esa promesa, esa demencia! ¡La elegancia, la ciencia, la violencia! Se nos ha prometido enterrar en la sombra el árbol del bien y del mal, deportar las honestidades tiránicas, con el fin de que trajésemos nuestro purísimo amor. Empezó con ciertas repugnancias y acabó, -al no poder agarrar en el acto esa eternidad, - acabó por una desbandada de perfumes.
Risa de niños, discreción de esclavos, austeridad de vírgenes, horror por las figuras y los objetos de aquí, ¡sacrosantos seáis por el recuerdo de esta vigilia! Empezaba con la mayor zafiedad, y concluye por ángeles de llama y de hielo.
Breve vigilia de embriaguez, ¡santa!, aunque sólo fuera por la máscara con que nos has gratificado. ¡Nosotros te afirmamos, método! No olvidamos que ayer has glorificado cada una de nuestras edades. Tenemos fe en el veneno. Sabemos dar nuestra vida entera todos los días.
He aquí el tiempo de los Asesinos.


FRASES

Cuando el mundo sea reducido a un solo bosque negro para nuestros cuatro ojos atónitos, - a una playa para dos niños fieles, - a una casa musical para nuestra clara simpatía, - yo te encontraré.
Que no haya aquí abajo más que un anciano solo, calmo y hermoso, rodeado de un "lujo inaudito", - y yo estaré a tus pies.
Que yo haya cumplido todos tus recuerdos, - que yo sea aquella que sabe darte garrote, - yo te ahogaré.
Cuando somos muy fuertes, - ¿quién retrocede?, cuando estamos muy alegres, - ¿quién hace el ridículo? Cuando somos muy malvados, - ¿qué harían con nosotros? Engalanaos, bailad, reíd. - Nunca podré arrojar el Amor por la ventana.
- ¡Compañera mía, mendiga, niña monstruo!, qué poco te importan estas desdichadas y estas artimañas, y mis apuros. Únete a nosotros con tu voz imposible, ¡tu voz!, único adulador de esta vil desesperanza.


[FRASES II]

Una mañana cubierta, en julio. Un sabor a cenizas vuela en el aire; - un olor a leña sudando en el fogón, - las flores enriadas - el destrozo de los paseos, - la llovizna de los canales en los campos - ¿por qué no ya los juguetes y el incienso?

***

He tendido cuerdas de campanario a campanario; guirnaldas de ventana a ventana; cadenas de oro de estrella a estrella, y bailo.

***

El alto estanque humea continuamente. ¿Qué bruja va a erguirse en el blanco crepúsculo? ¿Qué frondas violetas han de descender?

***

Mientras los fondos públicos se gastan en fiestas de fraternidad, suena una campana de fuego rosa en las nubes.

***

Avivando un agradable sabor a tinta china, un polvo negro llueve dulcemente sobre mi velada. - Bajo la luz de la lámpara, me echo en la cama y, vuelto del lado de la sombra, os veo, ¡hijas mías!, ¡mis reinas!

***

CIUDAD

Soy un efímero y no demasiado descontento ciudadano de una metrópoli creída moderna porque todo gusto conocido ha sido evitado en los mobiliarios y en el exterior de las casas así como en el trazado de la ciudad. Aquí no podríais distinguir las huellas de ningún monumento de superstición. La moral y la lengua están reducidas a su más simple expresión, ¡por fin! Estos millones de seres que no necesitan conocerse llevan tan pareja la educación, el oficio y la vejez que ese transcurso de sus vidas debe ser varias veces menor del que establece una loca estadística para los pueblos del continente. Hasta qué punto, desde mi ventana, veo nuevos espectros rodando a través de la espesa y eterna humareda de carbón, - ¡nuestra sombra de los bosques, nuestra noche de estío! - nuevas Erinias, ante mi casita de campo, que es mi patria y todo mi corazón, ya que todo aquí se parece a esto, - la Muerte sin lágrimas, nuestra activa hija y servidora, un Amor desesperado, y un bonito Crimen piando en el barro de la calle.

Publicado por Walter Ramirez.
viernes, mayo 13, 2005 a las | 11:47 a. m. |


Arthur Rimbaud IV

CIUDADES

[I]

La acrópolis oficial exagera las concepciones más colosales de la barbarie moderna. Imposible expresar la luz mate producida por el cielo inmutablemente gris, el esplendor imperial de las construcciones, y la nieve eterna del suelo. Han reproducido con un gusto de singular enormidad todas las maravillas clásicas de la arquitectura. Asisto a exposiciones de pintura en locales veinte veces más amplios que Hampton-Court. ¡Qué pintura! Un Nabucodonosor noruego ha hecho construir las escalinatas de los ministerios; los subalternos que he podido ver son ya más arrogantes que Brahmas, y he temblado ante el aspecto de los guardianes de colosos y oficiales de obras. Con el agrupamiento de los edificios en squares, patios y terrazas cerradas, han eliminado a los cocheros. Los squares representan la naturaleza primitiva labrada por un arte soberbio. El barrio alto tiene partes inexplicables: un brazo de mar, sin barcos, despliega su estrato de granizo azul entre muelles cargados de candelabros gigantes. Un breve puente conduce a una poterna justo debajo de la cúpula de la Sainte-Chapelle. Esta cúpula es una armazón de acero artístico de unos quince mil pies de diámetro.
En algunos puntos de las pasarelas de cobre, de las plataformas, de las escaleras que rodean las plazas de mercado y los pilares, ¡creí poder juzgar la profundidad de la ciudad! Es del prodigio de lo que no pude darme cuenta: ¿a qué niveles están los otros barrios por encima o por debajo de la acrópolis? Para el extranjero de nuestro tiempo, reconocerlo es imposible. El barrio comercial es un circus de estilo único, con galerías de soportales. No se ven tiendas. Mas la nieve de la calzada está aplastada, algunos nababs, tan escasos como los paseantes de una mañana de domingo en Londres, se dirigen hacia una diligencia de diamantes. Algunos divanes de terciopelo rojo: sirven bebidas polares cuyo precio oscila entre las ochocientas y las ocho mil rupias. Ante la idea de buscar teatros en este circus, me digo que en las tiendas deben ocurrir dramas bastante sombríos. Pienso que existe una policía; mas la ley debe ser tan extraña que renuncio a formarme una idea de los aventureros de aquí.
El arrabal tan elegante como una hermosa calle de París se ve favorecido por un aire luminoso. El elemento democrático cuenta con unos cientos de almas. Tampoco aquí las casas se suceden; el arrabal se pierde extrañamente en el campo, en el "Condado" que ocupa el occidente eterno de bosques y plantaciones prodigiosas donde los gentilhombres salvajes salen a la caza de sus crónicas bajo la luz que se ha creado.

[II]

¡Son ciudades! ¡Un pueblo para el que se levantaron esos Alleghanys y esos Líbanos de sueño! Chalés de cristal y madera que se mueven sobre raíles y poleas invisibles. Los viejos cráteres ceñidos por colosos y palmeras de cobre rugen melodiosamente entre las llamas. Amorosas fiestas resuenan sobre los canales colgados detrás de los chalés. La caja de los carillones chirría en las gargantas. Corporaciones de cantores gigantes acuden con ropajes y oriflamas resplandecientes como la luz de las cimas. Sobre las plataformas en medio de los precipicios los Roldanes tañen su bravura. Sobre las pasarelas del abismo y los techos de las posadas el ardor del cielo engalana los mástiles. El derrumbamiento de las apoteosis llega a los campos de las alturas donde las centauras seráficas evolucionan entre las avalanchas. Por encima del nivel de las crestas más altas un mar agitado por el nacimiento eterno de Venus, cargado de flotas orfeónicas y del rumor de las perlas y las conchas preciosas, - el mar se ensombra a veces con destellos mortales. En las laderas mugen cosechas de flores del tamaño de nuestras armas y nuestras copas. Cortejos de Mabs con atuendos rojos, opalinos, ascienden los barrancos. Arriba, con las patas en la cascada y las zarzas, los ciervos maman de Diana. Las Bacantes de los suburbios sollozan y la luna arde y aúlla. Venus entra en las cavernas de los herreros y los ermitaños. Grupos de campanarios cantan las ideas de los pueblos. De castillos construidos con huesos sale la música desconocida. Todas las leyendas evolucionan y los impulsos se precipitan en los burgos. El paraíso de las tormentas se derrumba. Los salvajes bailan sin cesar la fiesta de la noche. Y yo he descendido una hora a la bulla de un bulevar de Bagdad donde unas compañías han cantado la alegría del trabajo nuevo, bajo una brisa espesa, circulando sin poder eludir los fabulosos fantasmas de los montes donde debimos volver a encontrarnos.
¿Qué buenos brazos, qué hermosa hora me devolverán a esta región de donde vienen mis sueños y mis menores movimientos?

MÍSTICA
Sobre la pendiente del talud los ángeles hacen girar sus ropas de lana en los herbazales de acero y esmeralda. Prados de llamas saltan hasta la cima del montículo. A la izquierda el mantillo de la arista es pisoteado por todos los homicidios y todas las batallas, y todos los ruidos desastrosos hilan su curva. Detrás de la arista de la derecha la línea de los orientes, de los progresos.
Y en tanto que la banda superior del cuadro está formada por el rumor giratorio y saltarín de las conchas de los mares y de las noches humanas.
La dulzura florida de las estrellas y del cielo y del resto desciende frente al talud, como un canastillo, contra nuestro rostro, y vuelve el abismo floreciente y azul allá abajo.


ALBA

He abrazado el alba de estío.
Nada se movía aún en la fachada de los palacios. El agua estaba muerta. Los campos de sombras no abandonaban el camino del bosque. Avancé, despertando los hálitos vivos y tibios, y las pedrerías miraron, y las alas se alzaron sin ruido.
La primera empresa fue, en el sendero ya repleto de frescos y pálidos destellos, una flor que me dijo su nombre.
Reí a la rubia wasserfall que se desmelenó a través de los abetos: en la cima argentada reconocí a la diosa.
Entonces levanté uno a uno los velos. En la alameda, agitando los brazos. Por la llanura, donde la denuncié al gallo. En la gran ciudad ella huía entre los campanarios y las cúpulas, y corriendo como un mendigo por los muelles de mármol, yo la perseguía.
En lo alto del camino, junto a un bosque de laureles, la rodeé con sus velos amontonados, y sentí un poco su inmenso cuerpo. El alba y el niño cayeron al fondo del bosque.
Al despertar era mediodía.


FLORES

Desde una grada de oro, - entre los cordones de seda, las gasas grises, los terciopelos verdes y los discos de cristal que ennegrecen como el bronce al sol, - veo abrirse la dedalera sobre una alfombra de filigranas de plata, de ojos y de cabelleras.
Monedas de oro amarillo sembradas sobre el ágata, pilares de caoba sosteniendo una cúpula de esmeraldas, ramilletes de blanco satén y de finas varas de rubíes rodean la rosa de agua.
Semejantes a un dios de enormes ojos azules y formas de nieve, el mar y el cielo atraen a las terrazas de mármol a la multitud de jóvenes y fuertes rosas.


ANGUSTIA

¿Es posible que Ella me haga perdonar las ambiciones continuamente aplastadas, - que un final acomodado repare las edades de indigencia, - que un día de éxito nos adormezca sobre la vergüenza de nuestra incapacidad fatal?,
(¡Oh palmas! ¡Diamante! - ¡Amor! ¡Fuerza! - ¡Más alto que todas las alegrías y glorias! - De todas formas, por todas partes, - Demonio, dios - Juventud de este ser concreto; ¡yo!)
¿Que accidentes de hechicería científica y movimientos de fraternidad social sean deseados como restitución progresiva de la sinceridad primera?...
Pero la Vampira que nos vuelve amables ordena que nos divirtamos con lo que nos deja, o que de lo contrario seamos más extravagantes.
Rodar a las heridas, por el aire extenuante y el mar; a los suplicios, por el silencio de las aguas y del aire mortíferos; a las torturas que ríen, en su silencio atrozmente encrespado.


METROPOLITANO

Del estrecho de índigo a los mares de Ossián, sobre la arena rosa y naranja que ha lavado el cielo vinoso acaban de subir y de cruzarse bulevares de cristal habitados de inmediato por jóvenes familias pobres que se alimentan en las fruterías. Nada de riqueza. - ¡La ciudad!
Del desierto de betún huyen hacia delante en desbandada con las capas de brumas escalonadas en franjas horribles en el cielo que se comba, retrocede y desciende, formado por la más siniestra humareda negra que pueda hacer el Océano enlutado, los cascos, las ruedas, las barcas, las grupas. - ¡La batalla!
Levanta la cabeza: el puente de madera, arqueado; las últimas huertas de Samaria; esas máscaras iluminadas bajo la linterna azotada por la noche fría; la ondina necia de vestido rumoroso, en la parte baja del río; esos cráneos luminosos en los planteles de guisantes - y las demás fantasmagorías - la campiña.
Caminos bordeados de rejas y de tapias, que apenas pueden contener sus bosquecillos, y las atroces flores que llamaríamos corazones y hermanas, Damascos condenados de languidez, - posesiones de quiméricas aristocracias ultra-renanas, japonesas, guaraníes, aptas todavía para recibir la música de los antiguos - y hay posadas que nunca volverán a abrirse - hay princesas, y si no estás demasiado agobiado, el estudio de los astros - el cielo.
La mañana en que, con Ella, forcejeasteis entre los destellos de nieve, los labios verdes, los hielos, las banderas negras y los rayos azules, y los perfumes púrpuras del sol de los polos, - tu fuerza.


SALDO

¡En venta lo que los judíos no vendieron, lo que ni nobleza ni crimen han degustado, lo que ignoran el amor maldito y la probidad infernal de las masas: lo que ni el tiempo ni la ciencia han de conocer:
Las Voces reconstituidas, el despertar fraterno de todas las energías corales y orquestales y sus aplicaciones instantáneas: ¡la ocasión, única, de liberar nuestros sentidos!
¡En venta los Cuerpos sin precio, al margen de cualquier raza, mundo, sexo, descendencia! ¡Las riquezas surgiendo a cada paso! ¡Saldo de diamantes sin control!
¡En venta la anarquía para las masas; la satisfacción irreprimible para los aficionados superiores; la muerte atroz para los fieles y los amantes!
¡En venta las moradas y las migraciones, sports, magias y comforts perfectos, y el ruido, el movimiento y el futuro que forman!
En venta las aplicaciones de cálculo y los saltos de armonía inauditos. Los hallazgos y los términos insospechados, posesión inmediata,
Impulso insensato e infinito hacia los esplendores invisibles, hacia las delicias insensibles, - y sus secretos enloquecedores para cada vicio - y su alegría aterradora para la multitud -
En venta los Cuerpos, las voces, la inmensa opulencia incuestionable, lo que no se venderá jamás. ¡Los vendedores no han terminado el saldo! ¡Los viajantes no han de entregar tan pronto su comisión!


JUVENTUD

-I-

DOMINGO

Cálculos aparte, el inevitable descenso del cielo, y la visita de los recuerdos y la sesión de los ritmos ocupan la morada, la cabeza y el mundo del espíritu.
- Un caballo sale a escape por el turf suburbano, y a lo largo de los cultivos y las plantaciones arbóreas, traspasado por la peste carbónica. Una miserable mujer de drama, en alguna parte del mundo, suspira después de abandonos improbables. Los desesperados anhelan después de la tormenta, la embriaguez y las heridas. Niños chicos ahogan maldiciones a lo largo de los ríos. -
Reanudemos el estudio al fragor de la obra devoradora que se reúne y eleva en las masas.

II

SONETO

Hombre de constitución ordinaria, la carne
¿no era un fruto que colgaba en el huerto - ¡oh
jornadas niñas! - el cuerpo un tesoro que prodigar; - oh
amar, ¿el peligro o la fuerza de Psique? La tierra
tenía fértiles laderas en príncipes y artistas,
y la descendencia y la raza os empujaban a
crímenes y a lutos: el mundo vuestra fortuna y vuestro
riesgo. Mas ahora, esa labor cumplida; tú, tus cálculos,
- tú, tus impaciencias - no son ya sino vuestra danza y
vuestra voz, no fijadas y en absoluto forzadas, aunque de un doble
acontecimiento de invención y de éxito + una razón,
- en la humanidad fraternal y discreta por el universo
sin imágenes; - la fuerza y el derecho reflejan la
danza y la voz solamente ahora apreciadas.

III

VEINTE AÑOS

Las voces instructivas exiliadas... La ingenuidad física amargamente sosegada... -Adagio - ¡Ah!, el egoísmo infinito de la adolescencia, el optimismo estudioso: ¡qué lleno de flores estaba aquel verano el mundo! Las canciones y las formas agonizando... - ¡Un coro, para calmar la impotencia y la ausencia! Un coro de cristales, de melodías nocturnas... En efecto, pronto han de zozobrar los nervios.

IV

Todavía estás en la tentación de Antonio. El jugueteo del fervor abreviado, los tics de pueril orgullo, el abatimiento y el espanto.
Pero te pondrás a esta tarea: todas las posibilidades armónicas y arquitectónicas se conmoverán en torno a tu asiento. Seres perfectos, imprevistos, se ofrecerán a tus experiencias. A tus cercanías afluirá soñadora la curiosidad de antiguas muchedumbres y de lujos ociosos. Tu memoria y tus sentidos sólo serán el alimento de tu impulso creador. En cuanto al mundo, cuando salgas, ¿en qué se habrá convertido? En cualquier caso, nada de las apariencias actuales.


GUERRA

De niño, ciertos cielos afinaron mi óptica: todos los caracteres matizaron mi fisonomía. Los Fenómenos se pusieron en movimiento. -Ahora la inflexión eterna de los momentos y el infinito de las matemáticas me persiguen por este mundo donde padezco todos los éxitos civiles, respetado por la infancia extraña y por afectos enormes.
- Sueño con una Guerra, de derecho o de fuerza, de lógica totalmente imprevista.
Tan simple como una frase musical.


PROMONTORIO

El alba de oro y la trémula noche sorprenden a nuestro brick en alta mar frente a esta Villa y sus dependencias, que forman un promontorio tan extenso como el Epiro y el Peloponeso o como la gran isla del Japón, ¡o como Arabia! Fanums que ilumina el retorno de las teorías, inmensas vistas de la defensa de las costas modernas; dunas ilustradas con flores cálidas y con bacanales; grandes canales de Cartago y Embankments de una Venecia turbia; blandas erupciones de Etnas y grietas de flores y de aguas de glaciares; lavaderos rodeados de álamos de Alemania; taludes de parques singulares inclinando copas de Árboles del Japón; las fachadas circulares de los "Royal" o de los "Grand" de Scarbro' o de Brooklyn; y sus railways flanquean, ahondan, dominan las disposiciones de este Hotel, elegidas en la historia de las construcciones más elegantes y colosales de Italia, de América y de Asia, cuyas ventanas y terrazas llenas ahora de luces, bebidas y ricas brisas, están abiertas al espíritu de los viajeros y los nobles - que permiten, en las horas del día, a todas las tarantelas de las costas, - e incluso a los ritornelos de los valles ilustres del arte, decorar maravillosamente las fachadas del Palacio. Promontorio.


ESCENAS

La antigua Comedia prosigue sus acordes y divide sus Idilios:
Bulevares de tablados.
Un largo pier de madera de un extremo al otro de un campo rocalloso donde la muchedumbre bárbara evoluciona bajo los árboles desnudos.
En pasillos de gasa negra siguiendo el paso de los paseantes con las linternas y las hojas.
Pájaros de los misterios se abaten sobre un pontón de mampostería movido por el archipiélago cubierto con las embarcaciones de los espectadores.
Escenas líricas acompañadas de flauta y tambor se inclinan en cuartuchos dispuestos bajo los techos, en torno a los salones de los clubs modernos o de las salas del Oriente antiguo.
La magia maniobra en la cima de un anfiteatro coronada por los montes bajos, - O se agita y modula para los beocios, en la sombra de movedizos oquedales sobre la arista de los cultivos.
La ópera cómica se divide sobre una escena en la arista de intersección de diez tabiques levantados entre la galería y las candilejas.


ATARDECER HISTÓRICO

En cualquier atardecer, por ejemplo, en que el turista ingenuo se encuentre, retirado de nuestros horrores económicos, la mano de un maestro anima el clavecín de los prados; juegan a las cartas en el fondo del estanque, espejo evocador de las reinas y de las favoritas, tenemos las santas, los velos, y los hilos de armonía, y los cromatismos legendarios, sobre el poniente.
Se estremece al paso de las cacerías y las hordas. La comedia gotea sobre los tablados de césped. ¡Y la turbación de los pobres y los débiles sobre. estos estúpidos planos!
En su visión esclava, - Alemania se escalona hacia las lunas; los desiertos tártaros se iluminan - las antiguas revueltas bullen en el centro del Celeste Imperio, por las escalinatas y los sillones de reyes - un pequeño mundo descolorido y chato, África y Occidentes, va a edificarse. Luego un ballet de mares y de noches conocidas, una química sin valor, y melodías imposibles.
¡La misma magia burguesa en todos los puntos donde nos depositará la posta! El físico más elemental sabe que ya no es posible someterse a esta atmósfera personal, bruma de remordimientos físicos, cuya comprobación misma es ya un dolor.
¡No! - El momento de la estufa, de los mares encrespados, de los incendios subterráneos, del planeta arrebatado, y de los consiguientes exterminios, certezas señaladas con muy poca malicia en la Biblia y por las Nornas y que a todo ser sensato le será dado vigilar. - Sin embargo ¡no será en absoluto un efecto de leyenda!

H

Todas las monstruosidades violan los gestos atroces de Hortensia. Su soledad es la mecánica erótica, su lasitud, la dinámica amorosa. Bajo la mirada vigilante de una infancia ha sido, en épocas numerosas, la ardiente higiene de las razas. Su puerta está abierta a la miseria. Allí, la moralidad de los seres actuales se descorporeíza en su pasión o en su acción - ¡Oh terrible escalofrío de los amores novicios sobre el suelo ensangrentado y por el hidrógeno claridoso! Encontrad a Hortensia.


MOVIMIENTO

El movimiento de vaivén sobre el ribazo de los saltos del río,
el abismo en el codaste,
la celeridad de la rampa,
el enorme flujo de la corriente,
llevan por las luces inauditas
y la novedad química
a los viajeros rodeados por las trombas del valle
y del strom.

Son los conquistadores del mundo
buscando la fortuna química personal;
el sport y el comfort viajan con ellos;
llevan la educación
de las razas, las clases y las bestias, en ese Navío.
Reposo y vértigo
a la luz diluviana,
en las terribles noches de estudio.

Pues de la charla entre los aparatos, - la sangre, las flores, el fuego, las alhajas -
de las cuentas agitadas en esta orilla fugaz.
- Se ve, rodando como un dique más allá de la ruta hidráulica motriz,
monstruoso, iluminándose sin fin, - su stock de estudios; -
lanzados ellos al éxtasis armónico
y el heroísmo del descubrimiento.

En los más sorprendentes accidentes atmosféricos
una pareja de juventud se aísla sobre el arca,
- ¿es acaso un antiguo salvajismo que se perdona? -
y canta y se aposta.

DEMOCRACIA

"La bandera avanza hacia el paisaje inmundo, y nuestra jerga ahoga el tambor.
"En los centros alimentaremos la prostitución más cínica. Aplastaremos las revueltas lógicas.
"¡En los países de pimienta y destemplanza! - al servicio de las más monstruosas explotaciones industriales o militares.
"Adiós a los de aquí, a cualquier sitio. Reclutas de buena voluntad, nuestra filosofía será feroz; ignorantes para la ciencia, taimados para el bienestar; que reviente el mundo que avanza. Ésta es la verdadera marcha. Adelante, ¡en camino!"

Publicado por Walter Ramirez.
jueves, mayo 12, 2005 a las | 6:32 p. m. |


Arthur Rimbaud V

comentarios

De Rimbaud:
• "Si siempre hubiese estado despierto, yo bogaría en plena sabiduría"
• "El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento entero"
• "Digo que es preciso ser vidente mediante un largo, inmenso y sistemático desarreglo de todos los sentidos"
• "Mi superioridad consiste en no tener corazón"
• "La honestidad de la medicina me llena de dolor"
• "¿No tuve una juventud heroica y fabulosa, digna de ser escrita en láminas de oro, fortuna inaudita?" RIMBAUD a los 17 años
• "Yo hubiera podido morir en Africa, roído por el fango y la peste, con el cuerpo lleno de gusanos y rodeado de desconocidos sin edad y sin sentimientos"
• "Apreciemos sin vértigo la dimensión de mi inocencia"

Sobre Rimbaud:

• "Escribir no fue jamás para Rimbaud otra cosa que un medio; un medio para desembarazarse de su alma, de proyectar fuera de sí el mal maravilloso que lo aquejaba"
-Jacques Rivière

• "El hombre de suelas de viento. Es inútil perseguirlo. Tal es su velocidad que nadie lo alcanzará jamás. Ni yo lo pude alcanzar mediante el crimen"
-Paul Verlaine

• "Si Rimbaud sobrevive a las fluctuaciones de la moda, se lo debe a la gratuidad de su crueldad, a su cirugía demoníaca, a la generosidad de su hiel. Lo que le permite a una obra durar, lo que le impide envejecer es su ferocidad"
-Emil Cioran

• "No es un ser, es un impulso: el tránsito aparecido-desaparecido de un impulso puro"
-Roger Munier

Publicado por Walter Ramirez.
miércoles, mayo 11, 2005 a las | 11:52 a. m. |


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Nombre : Walter Ramirez O. ... ( 24 años )
Aficiones : Gastronomia y Antropologia
E-mail : alter_hades@yahoo.com
Locacion : Lima - Peru

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.... La balada del diablo y la muerte
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.... Contigo


Musica de Inframundos ( En Ingles )

.... Paint it back
.... Engel


Apologia a ( Ibrahym ferrer )

.... Perfume de gardenias
.... Dos gardenias
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La malcriada de Inframundos

( Videos hechos con mi celular )


MUJER OFRECES PRIMERO EL CUELLO Y TU SANGRE


LUEGO ENTREGAS LA CRUZ SIN PREVIO AVISO


FINALMENTE Y SIN DARNOS CUENTA YA ESTAMOS EN EL INFIERNO


NEXUS INFRAMUNDOS


PREDATORUS INFRAMUNDOS


PREDATORUS FEMINUS INFRAMUNDOS


PRESA DE LOS PREDATORUS ( BRUJA A CASTIGAR )


PUNITIVUS INFRAMUNDOS ( PENA Y CASTIGO DE LA BRUJA )


TRANSFORMACION Y RENACIMIENTO DE LA BRUJA LUEGO DEL CASTIGO
esto le pertenece a Walter Ramirez